martes, 2 de junio de 2009

Pasión y politización hasta en la Simulación

En el mes de abril tuve la oportunidad de formar parte durante una semana de la Simulación del Congreso Español (SICE), reunión de jóvenes universitarios provenientes de prácticamente toda España en la que, como el nombre del evento indica, se llevaba a cabo una simulación de la actividad parlamentaria del Estado.
Quise escribir al respecto en su momento, pero por una cosa o por otra lo fui dejando pasar.
Ahora, como para que me den los créditos de libre configuración necesito presentar una Memoria, no me ha quedado otra que escribir recogiendo mis impresiones sobre la simulación. Impresiones que, a pesar de la crítica que realizo en la Memoria, no fueron ni mucho menos exclusivamente negativas.
He aquí el texto:

MEMORIA DE LA SICE 2009

Resulta complicado realizar una memoria que pueda recoger la experiencia vivida aquella semana de abril. No obstante, y con el recuerdo aún fresco en la memoria, casi dos meses después, intentaré explicar en unas pocas líneas cuál fue la labor llevada a cabo por los trescientos estudiantes reunidos en Sevilla con el objetivo de emular, en lo bueno y en lo malo, la labor de nuestros gobernantes.
La SICE fue, en primer lugar, un punto de encuentro entre jóvenes universitarios provenientes de diversos lugares de España.
Estos jóvenes, guiados por una genial dirección del evento por parte de los miembros del COSICE, pudieron disfrutar de una simulación que poco tiene que envidiar a la más reciente actualidad.
Enfrascados en mil debates, reunidos en comisiones que buscaban sacar adelante nuevas normas o sumidos en conversaciones a la hora del almuerzo, durante una semana pudimos respirar política por los cuatro costados.
Una política que, eso sí, también reflejaba su peor cara en la simulación llevada a cabo por los jóvenes emuladores. Así, y espero que lo que escribo se entienda como una opinión personal y, por tanto, subjetiva, creo que la SICE ha sido alcanzada por los dos principales problemas que están presentes en el panorama político actual, que paso a analizar.
De un lado, la influencia de los dos grandes partidos nacionales en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad. De este modo, en un país en el que se vaticinan de antemano, en función del color político de los magistrados, los fallos de las sentencias del Tribunal Constitucional y en el que hasta en las elecciones para ocupar el rectorado de una universidad se conoce la adscripción política de los candidatos, tristemente observamos también la intromisión de los dos grandes partidos políticos en una simulación del Congreso de los Diputados organizada por los alumnos para los alumnos.
Dejando este punto, que aun siendo criticable, puede ser entendible, por considerar los partidos políticos que la SICE es un buen escenario para que sus jóvenes miembros adquieran “tablas”, se pudo observar en la simulación un segundo problema que, por desgracia, se escapa aún más de nuestras manos. Es el de la tensión política que se vive en el país.
La falta de respeto a la opinión de los demás, las acusaciones sobre hechos pasados, el desvío del debate hacia cuestiones intrascendentes fueron, por desgracia, también imitadas en el Congreso estudiantil.
Se dieron numerosas situaciones de pataleos, abucheos, insultos y acusaciones fuera de lugar. Un fiel y lamentable reflejo de lo que se vive día a día en las diferentes Cámaras de nuestro Estado.
Tuve la oportunidad, cuando vinieron a debatir D. Miguel Ángel Arauz, Senador del PP por Sevilla, y D. Jose Luis Vega, Alcalde de La Algaba, de intervenir y comentar ante estos políticos y ante el resto de compañeros la opinión que acabo de exponer.
Les expliqué, asimismo, que temía este clima de tensión existente, que me dolía, como joven, que los estudiantes allí reunidos imitáramos de ese modo lo peor de la política española. Se trataba de una simulación del Congreso realizada por jóvenes a los que se les suponen ciertas inquietudes y a los que se les debe exigir que mejoren a sus mayores. Sin embargo, la gran mayoría de estos jóvenes, en vez de adoptar el tono sosegado y sensato de políticos como D. Carlos Gabilondo o D. Manuel Pimentel, asumían las bajas maneras de diputados como el Sr. Martín-Pujalte o D. José Blanco.
El Sr. Arauz me comentó que no había que ser tan alarmista y que todo esto era producto de la pasión con la que los jóvenes vivían la política. “Pasión”, un término también empleado por otros políticos que vinieron como invitados para describir lo que percibían en el ambiente después de vivir episodios lamentables de gritos y abucheos en plena sesión del SICE.
A mi entender, esa actitud no denota pasión por la política. Creo que los insultos, los abucheos al “rival” (¡¿cómo se puede llamar “rival” a quien ha de trabajar contigo para gestionar el país?!) y los pataleos no son sino una muestra de intolerancia, de aferramiento a unas ideas que se asumen como propias y se defienden como verdad absoluta.
La verdadera pasión, en mi opinión, es la que te lleva a creer tanto en una idea que disfrutas debatiendo sobre ella y, por consiguiente, escuchando los argumentos de quien se muestra contrario a ella, porque no te limitas a intentar convencerle de que tu idea es la buena, sino que buscas captar aspectos positivos de su posición que te ayuden a enriquecer aquello en lo que crees.
Por eso no comparto el recurso fácil de la pasión como justificante de la actitud tan tristemente repetida en nuestros días. La pasión puede y debe demostrarse con educación, todo lo que traspase el límite del respeto a los demás se sitúa en el plano de la mala educación, sin más.
Dejando esto al margen, considero que la SICE me sirvió para conocer a gente joven que puede aportar mucho al país, para vivir de cerca la política, sus negociaciones y las dificultades que hay que superar para alcanzar un consenso (en nuestra Comisión logramos sacar adelante una Ley con el consenso unánime de los partidos gracias a que todos cedimos en la medida de nuestras posibilidades).
La SICE me permitió, en resumidas cuentas, sentirme político por una semana. Eso sí, un político bastante escéptico.


Antonio Gordillo Fernández de Villavicencio

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