miércoles, 16 de septiembre de 2009

El peligro de los símbolos

Siempre he sido bastante escéptico en relación a los méritos de quienes son encumbrados, hasta el punto de ser convertidos en ídolos y símbolos de alguna causa, gracias a la repercusión mediática que se le otorga a algún acto de su vida, e incluso, en muchos de esos casos, al de la propia muerte.
Estos días se está celebrando el juicio sobre la muerte de Carlos Palomino como consecuencia de una puñalada recibida en un vagón de metro de Madrid.
Palomino, al que definen en todos los medios como joven antifascista, murió mientras se dirigía a una manifestación racista que se iba a celebrar en Vallecas, no precisamente para formar parte de ella sino para boicotearla.
El joven madrileño, por el desgraciado hecho de su muerte a manos de un joven neonazi, se ha convertido en un héroe para el movimiento antifascista, al tiempo que desde los medios de comunicación se le presenta de cara al resto de la sociedad como un joven inocente que fue brutalmente asesinado sin comerlo ni beberlo.
Es ahí donde yo creo que está el error. Por la única razón de haber sido asesinado, se crea un aura en torno a Carlos Palomino que lo convierte en una especie de ser inmaculado cuando, a mi entender, y con la temeridad de quien opina de alguien sin conocerlo, el chico no reunía ciertos elementos imprescindibles para ser considerado un ejemplo a seguir por el resto de jóvenes (tolerancia y respeto, por ejemplo) y, por tanto, no debería, como está siendo, ser impuesto como referente para todo aquel que se declare antifascista.
Mi opinión, ya digo que temeraria, pero espero que no irrespetuosa, está basada simplemente en el vídeo en el que se observa el ataque que sufrió Palomino.
En él se puede observar cómo un joven neonazi espera en un vagón, mientras se dirige a una manifestación en favor de sus ideas. En una parada entra un grupo de jóvenes antifascistas que acuden a la misma manifestación, según sus propias declaraciones, a "reventarla". Los jóvenes van entrando, uno tras otro, viendo al neonazi pero sin decirle nada. Todos, absolutamente todos los amigos de Carlos Palomino pasan del joven fascista. Sin embargo, él no lo hace. Palomino le planta cara, sin venir a cuento, a su asesino. Y ahí es cuando se produce el brutal asesinato, la despiadada y certera puñalada del agresor, cargada de un odio estremecedor.
La culpabilidad del joven neonazi, su mala sangre, su vil gesto, están fuera de toda duda. Pero: ¿era inocente la actitud de Carlos Palomino? ¿Por qué no pasó, al igual que el resto de compañeros que iban con él, del chico fascista con el que compartía vagón? ¿Su ideario político no comprendía el respeto por otras ideas? ¿Realmente tenía necesidad de increpar, él, que iba rodeado de veinte amigos, a un joven de ideología opuesta que iba completamente solo? ¿Qué hubiese pasado si el agresor no hubiese llevado un arma?
Entiendo que estas preguntas pueden parecer tendenciosas, que plantean situaciones hipotéticas, que quizás no tengan respuesta, pero a mí, sinceramente, me da la impresión de que entre agresor y víctima, en este caso, existían muchos más puntos comunes que divergencias. No sólo en relación a su aspecto externo, que también, sino en cuanto a su posicionamiento hacia ideas extremas, en su odio hacia el que piensa de otro modo, en su incapacidad para exponer las ideas hablando, para debatir, para intentar entenderse con el que no cree en lo mismo que él, en su protección en la "manada" (¿cuántas veces habrá aprovechado el agresor la superioridad numérica para intimidar a alguien, sólo que con la suerte de que el atacado no tenía un arma a mano?).
Son, al fin y al cabo, supuestos en los que igual que murió uno en unas determinadas circunstancias, pudo haber muerto el otro en cualquier situación análoga.
Son, por desgracia, sujetos que, sobre la base del odio, pasan a convertirse en símbolos que a su vez generan más odio, más venganza y más sed de justicia...pero de justicia por su mano.

No hay comentarios: